INTRODUCCIÓN.
Los
grandes inventos del
ser humano han marcado la evolución de su especie. Se puede
decir que los inventos son fruto del desarrollo intelectual y
técnico del hombre. Esta página trata de poner de
manifiesto la importancia que uno de esos grandes inventos, la
máquina de vapor, adaptada a la navegación en el
último tercio del siglo XIX, tuvo en el desarrollo de la
humanidad y en el hecho migratorio.
La
introducción
de los motores de vapor en los barcos, significó la ruptura de
una vez por todas de las infranqueables barreras oceánicas,
constituyendo una verdadera revolución en las comunicaciones de
la época, y dando lugar a las mayores y más grandes
corrientes migratorias humanas conocidas. Estas corrientes migratorias,
fundamentalmente, se producirán desde el viejo continente europeo
hacia las nuevas tierras del continente americano.
LOS
TRANSATLÁNTICOS.
Los
grandes barcos transatlánticos, con sus enormes motores
productores de vapor, que podían alcanzar alturas cercanas a un
edificio de tres plantas, alimentados por toneladas de carbón,
transmitían a sus hélices tal empuje, que el tiempo
de duración de la travesía desde Europa al continente
americano se acortó extraordinariamente. Desde durar un mes, a
bordo de los primeros vapores en el primer tercio del siglo XIX, se
pasó a tardar poco más de cinco días en divisar tierra americana a
principios del siglo XX. Esto tras superar más de 5.000
km. a bordo de los barcos transatlánticos más veloces, con
sus cuatro turbinas y cuatro hélices.
Se
construyeron enormes
barcos de ensueño, capaces de acomodar en algunos casos a
más de 2.000 pasajeros. Con decorados interiores que nada
tenían que envidiar a los más suntuosos palacios
londinenses e italianos, con una riqueza artística impresionante
puesta a disposición y disfrute de la “first-class”.
Creación artística, por otra parte, condenada en muchos
casos a ser admirada sólo por los ojos sin luz de los fondos
marinos y al recuerdo de una simple efemérides de un naufragio
causado por una “bad” mar.
EMIGRACIÓN
A FINALES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL SIGLO XX.
Esta
revolución
de las comunicaciones marítimas promocionó de forma definitiva a
principios
del siglo XX, por una parte, la emigración de las clases
más desfavorecidas en busca de nuevas oportunidades, y por otra, los
viajes turísticos transatlánticos para las clases
más adineradas, así como el intercambio comercial entre
los países. Como siempre juntos el dolor, el placer y los
intereses económicos, como en cualquier otra gran gesta de la
humanidad.
En
los últimos
años del siglo XIX y primeros del XX, se estima que más
de veintidós millones de europeos emigraron al continente americano.
Más
de tres millones y medio de españoles emigraron al continente
americano en los últimos veinte años del siglo XIX, la
mayoría de ellos gallegos, asturianos, cántabros y
canarios.
Como
consecuencia de esta masiva emigración, se amasaron grandes
fortunas por los consignatarios marítimos conseguidas en la
intermediación entre el emigrante y las navieras transportistas.
Junto
a la grandeza y
suntuosidad de los barcos transatlánticos, basadas en la
inteligencia y el saber del ser humano, aparecía la cara oscura
de la emigración maldita de los desposeídos. Con sus
últimos ahorros se pagaban los billetes, en la mayoría de
los casos sin retorno, a la tierra prometida. Huían del hambre, de la
miseria, de la clandestinidad y del servicio militar obligatorio de
los “pobres”, que no podían pagarse un sustituto o
una redención. Muchos de estos hombres y mujeres, e
incluso niños, no llegarían nunca a esa tierra;
pereciendo durante la travesía apiñados en las cubiertas
o en las bodegas de esas grandes máquinas navales.
Durante
la Primera
Guerra Mundial se acabaron estas masivas corrientes migratorias,
y muchos de los barcos transatlánticos que las facilitaron
fueron hundidos o desguazados.
A
finales de los
años veinte las naciones comenzaron a poner freno a la
libertad de emigración, promulgando leyes para su
regulación.
EMIGRACIÓN
CANARIA.
La
emigración
canaria de finales del siglo XIX y principios del XX, se produce
fundamentalmente a Cuba. Se calcula que, en las dos últimas
décadas del siglo XIX, más de sesenta mil canarios emigraron a
Cuba. Después esta emigración se dirigirá a
países americanos como México, Argentina, y sobre todo a
Venezuela. La presión demográfica, las sequías,
los bajos salarios, la pobreza en definitiva; fueron las causas de que
en
Canarias se multiplicase la necesidad de emigrar. Los grandes
transatlánticos que desaparecían en el horizonte ante los ojos
de los isleños, se convertían en las nuevas sirenas, que
como a Ulises, con sus cánticos melodiosos y desgarradores les
querían atrapar. Y así fue; miles de isleños se
verían atrapados por el canto de la emigración y muchos de
ellos perderían la vida en el intento.
Los
puertos canarios, en
esta época, eran visitados por los barcos transatlánticos
de gran parte de las mayores navieras del continente europeo. Estos
puertos eran receptores de turistas, principalmente ingleses;
plataforma para la exportación de la producción
agrícola canaria a Europa, fundamentalmente al Reino Unido; y
servían de punto de avituallamiento a los barcos en sus travesías
a Sudamérica, África y Asia.
Navieras
británicas como Elder Dempster Line, Union Castle Line, British
and African Steam Navigation Company, Royal Mail Steam Packet Company,
Yeoward Brothers Line, Aberdeen Line, David MacIver & Company;
alemanas como la Hamburg Südamerikanische Linie, Norddeutscher
Lloyd , Hamburg Amerika Linie, Deutsche Ost Afrika Linie; italianas
como la Navigazione Generale Italiana, Lloyd Sabaudo; francesas como la
Compagnie Générale Transatlantique y Messageries
Maritimes; y las españolas Compañía
Trasatlántica Española y Compañía
Trasmediterránea; estarán presentes con frecuencia en los
puertos canarios desde finales del siglo XIX y durante el primer tercio
del siglo XX.
Una
breve historia de estas y
otras navieras, y de algunas de sus fabulosas máquinas
flotantes, está recogida en estas páginas. Sin
pretensión erudita, y con el sentimiento personal de que sirvan
de homenaje y recuerdo a tantos y tantos hombres y mujeres que
abandonaron su país en busca de la prosperidad y de nuevos
horizontes. Y sobre todo, de aquellos que perdieron su
vida en el intento, dirigiendo su última mirada hacia el
infinito de la popa del barco que los transportaba, pensando en los
padres, maridos o mujeres e hijos que atrás quedaban.
El
transporte de los
emigrantes canarios constituyó en más de una
ocasión una forma de esclavitud y, siempre, un rentable negocio. El
precio elevado del pasaje, daba lugar a que muchos se viesen obligados
a
firmar la "contrata de trabajo", en ella iba incluido el transporte y
demás gastos del viaje. Por la contrata, los isleños
quedaban durante años atrapados por los terratenientes, hasta
que devolvían con su trabajo todo el dinero que les habían
anticipado para el viaje. En definitiva, una mano de obra de recambio
de los esclavos en
las labores del tabaco y de la caña de azúcar.
A
partir de los
años treinta la emigración legal fue muy limitada. Desde
1938 hasta 1946, no se permitió la libre emigración en
España salvo con países aliados como la Alemania nazi. Y esto, claro
está, incrementó la emigración
clandestina.
En
esta
emigración clandestina, los canarios empleaban fundamentalmente
barcos de pesca artesanal, con muchos años de funcionamiento e
incapaces de operar con mínimas condiciones en alta mar. Estos barcos
se desplegaban como veleros,
apoyándose en la posición de las Islas Canarias y en la acción de los
vientos
alisios. El número de pasajeros
superaba con creces la capacidad normal del barco. La duración de la
travesía era de unos cuarenta días, dependía esencialmente de los
vientos y del
estado de la mar. Las condiciones del viaje, en la mayoría de los
casos, eran infrahumanas. Los emigrantes que arribaban al otro lado del
océano sin
documentación y sin medios económicos eran detenidos e internados en
centros de
reclusión. Los terratenientes que estaban interesados en contratar mano
de obra barata y
obediente, iban a esos centros a escogerlos, tal y como si se tratara
de un mercado de
esclavos.
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